Los daños de una tormenta el año 1.934

Publicado en el "DIARIO DE SORIA" el 31 de Julio de 1.997

Autor: Pausilipo Oteo

Era una tarde de julio

espesa y abochornada

con un calor sofocante

que la ropa traspasaba.

 

    Por la parte de Poniente

unas nubes negri-blancas

por su forma de moverse

nada bueno presagiaban.

 

    Los vencejos vuelan rasos

moviendo sus anchas alas

y también el gorrión macho

con su negrita corbata,

el cobijo sin descanso

busca entre tejas y bardas

porque el natural instinto

la tormenta barruntaba.

 

    En la torre la cigüeña

"el ajo" ya no machaca,

los garabatos asoma

y divisa en lontananza

el vendaval que se acerca

que aumenta al tiempo que arrastra

a su paso dando vueltas,

nubes apelotonadas.

 

    Un murmullo como sordo

que por momentos avanza

lo viene arrasando todo

pastizales y labranza,

como una mano invisible

que no respetara nada

a semejante de Godos

o de Atila y sus mesnadas.

 

    El trueno con su retumbe,

como tambor en batalla

desde lo llano a la cumbre

en los oídos restalla

haciendo pensar al hombre

de dónde esa fuerza saca.

El cielo está ennegrecido,

la oscuridad se agiganta,

empieza a caer granizo

que repica en las ventanas.

 

    Cubierto se encuentra el suelo

con la triste capa blanca

sigue cayendo y cayendo

todo a su paso lo arrasa;

el labrador, detenerlo

quisiera con la mirada.

 

    Está el campesino viendo

como cae la pedrada,

piensa en su campo preñado

con las espigas doradas

de rubios granos que eran

la esperanza del mañana.

 

    Ya disminuye la piedra

en su lugar, llega el agua

el capo, pronto se anega;

los arroyos se desmadran

y rugiendo como fiera

por chancales y barrancas

el "nublado" ya se aleja

hacia las altas montañas.

 

    Atrás, deja la miseria

de la gente que trabaja

todo el año con la yunta

después de siembra y escarda,

porque una nube hechicera

se presentó sin llamarla

 

    Así es la vida del campo:

dura, penosa e ingrata

mirando siempre hacia el cielo

esperando la bonanza

y aguantando todo el año

como piedra bien templada

uncido siempre el arado

con frío, calor o escarcha.

 

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