El Timo de la estampita

Donde se narra un suceso que demuestra cómo "el timo de la estampita" se practicaba antiguamente en las ferias de ganado. 

      San Esteban de Gormaz

es un pueblo ribereño

con una vega feraz

que la baña el río Duero.

 

      El día once de Noviembre

desde inmemoriales tiempos

se celebra allí una feria

antes que llegue el invierno.

 

      Tratantes de blusas negras

y cachavita de fresno

afluyen de sus contornos

y también desde muy lejos.

 

      Tres días dura la feria;

lleno de gente está el pueblo,

unos con buena intención

otros emplean su ingenio

por ver si pueden hacerse,

con engaños, de lo ajeno.

 

      El Marianito, una vaca

lleva a cambiar por dinero

y después comprar un burro,

aunque no sea muy bueno,

para el transporte de leña

en los meses venideros.

 

      Los que tienen que vender

algún animal por viejo,

la noche anterior se juntan

y deciden al momento

quién arreará las reses

y cómo llevar el "pienso".

 

      La madre del Marianito

le preparó con cautela

una como carterita

atada con unas cuerdas

que rodeada a su cuello

comprobada y bien sujeta

debía llevarla siempre

como su fiel compañera

para meter los billetes

cuando la vaca vendiera.

 

      Al salir por la mañana,

en el umbral de la puerta

le dijo: "¡Hijo mío, no te fíes

ni de tu misma chaqueta.

 

      El Marianito contento,

como si fuera a una fiesta

silbando una cancioncilla,

camina entre los que arrean.

 

      Otros, van en sus caballos

llevando la impedimenta

para pasar esos días

que siempre dura la feria.

 

      Llevan mantas y comida

en pucheros y cazuelas

para arroparsen y comer

como buenamente puedan.

 

      No hay posada para todos,

imposible que así sea

ya que el pueblo es muy pequeño

para la gente que llega.

 

      Sobre las doce del día

arribaron a la feria

unos, quedan con las reses

otros, al pueblo se llegan

a buscar alojamiento

porque las noches son frescas.

 

      Han encontrado un casillo

donde guardan ovejas

y conciertan con el dueño

con regateos y quejas

cuánto costará la estancia

los tres días de la feria.

 

      Mientras tanto en el ferial

un tratante de Vinuesa,

al Marianito, la vaca

le compra y le da las "perras".

Y sin pérdida de tiempo

las mete en la bolsa aquella

que su madre preparó

para evitar que las pierda.

 

      Mirando comprar el burro

va por allí dando vueltas

no le ha gustado ninguno

y se dice al fin de cuentas,

que se marcha por el pueblo

a buscar la impedimenta.

 

      En una calle estrechita

de las que abundan por fuera

a un señor que va delante

se le cae una cartera;

presuroso el Marianito

se agacha al suelo a cogerla;

otro que viene detrás,

le chista con gran cautela

diciendo no diga nada,

con aspavientos y señas.

 

      Quieto queda el Marianito

mientras el otro se acerca

y le dice muy bajito:

"-Esta cartera es bien nuestra-"

      "-¿Tiene mucho?-"

      "-¡Déjeme que pueda verla!-"

y el bueno del Marianito

por las buenas se la entrega.

      "-¡Cuántos billetes!... ¿Los ves?

 (parece se los enseña)

      "- toma, toma, guárdela

esto es una gran riqueza -"

 

      Como autómata obedece

y en el bolso la chaqueta

la guarda con gran cuidado

como si sagrada fuera.

 

      El "listo", sigue diciendo:

      -" ¡Vámonos a aquellas huertas,

nada hay que decir a nadie,

lo repartimos a medias! "-

 

      En un tobogán sin fondo

el Marianito se encuentra,

no habla ni una palabra,

sólo en la cartera piensa.

 

      Iban andando en silencio

por las estrechas callejas

hasta que el "listo" se para,

se echa mano a la cabeza

como si algo se olvidara

o que entonces se recuerda

de alguna cosa importante

que tiene que ir por fuerza.

 

      -" ¡Qué tonto soy!.

no me acordaba siquiera

que un gran amigo de Soria

me está esperando en la feria...

 

     Yo me tengo que marchar;

es un acto de conciencia.

Lo podemos arreglar

de la siguiente manera:

Deme el dinero que lleve

y yo le doy mi tarjeta

y después que bien lo cuente

lo que hay en la cartera,

esta noche echamos cuentas

donde ponen estas señas"-

 

      -" Llevo poco" -

      -"¿Cuánto?"

      -"Tres mil doscientas pesetas"-

      -"¡Es igual! ¡démelas!

no se preocupe por ellas

que en la cartera que tiene

hay muchísimas como éstas!" -

 

      El Marianito asustado

obedece con presteza,

llevando la mano al cuello

tarde de encontrar la cuerda.

por fin, medio suspirando

saca la bolsita afuera,

echa mano a los billetes

y con cara lastimera,

mirándolos embobado

al truhán se los entrega.

 

      Antes de marcharse éste

una vez más recomienda:

      -"¡Cuénte Vd. bien los billetes

y después, cuando anochezca

se viene a la "Fonda Ruiz"

y me da la diferencia.

                   - III -

      Mientras el otro se marcha

le despide con la mano,

se acuerda de los billetes

que con él se va llevando.

 

      Al principio, caminaba;

más tarde, aligera el paso;

después, se pone a correr

y al final, como volando.

 

      No le gusta al Marianito

con la prisa que ha marchado

pero para él se dice:

      -"¡Qué hombre más confiado!

Sin conocerme ni nada

el dinero que ha dejado

en la abultada cartera

para después de contarlo

le lleve la diferencia

a las señas que me ha dado"-

 

      Queda solo el Marianito

a la cartera palpando:

-"¡Pues sí, la llevo;

voy allá abajo a contarlo"-

 

      Pero malos pensamientos

a su mente van llegando

que aumentan con persistencia

al tiempo que va pasando.

 

      Un sudor frío en la tarde

parece que está anunciando

que es imposible que pase

lo que a él le está pasando.

 

      No puede seguir más tiempo

a la duda soportando

y a la puerta de un casillo

que se encuentra abandonado

se pone a abrir la cartera,

por si lo que piensa es falso.

  No cree lo que está viendo

y febrilmente mirando

no encuentra más que papeles

que se hallan colocados

como si fueran billetes

salidos del mejor banco.

 

      Imposible describir

el momento de aquel cuadro:

le están temblando las piernas

y le tiritan las manos,

al mismo tiempo que busca

con ligereza de gamo

entre todos los papeles

algún billete olvidado.

 

      -"¡ Nada ! ¡Todo es inútil !"-

dice como sollozando;

y buscando la tarjeta

veloz como el mismo rayo

ha cambiado en un momento

y por su mente ha pasado

que sus queridos billetes

pueden ser recuperados.

 

      Recogidos los papeles

y la cartera guardando

el camino le desanda

con la tarjeta en la mano.

 

      Mira en las calles que pasa

como aquel que está buscando

su tesoro más querido

por ver si puede encontrarlo

 

      A un señor que por la calle

en sus casas va pensando

le pregunta presuroso

por la fonda "Ruiz Encabo".

 

      Amable y correcto el otro

con la mano ha señalado

al mismo tiempo que dice:

   -"Tuerza a la izquierda y al lado

se encontrará con la fonda

por la cual me ha preguntado"-

 

      El Marianito se marcha

corriendo, casi volando,

tanta prisa es la que lleva

que ni las gracias le ha dado.

 

      Llega a la fonda y remira

como aquél que está oteando

por ver si entre aquellos hombres

está el sujeto buscado.

 

      Se abre paso entre la gente

y hasta la barra ha llegado

y pregunta a un camarero

por el señor Ruiz Encabo.

 

      -"Soy el mismo. ¿Qué desea?"

      -"Vengo a este señor buscando,

ya que pone en la tarjeta

que aquí se halla hospedado"-

 

      Mientras el fondista está

a la tarjeta mirando

la cabeza va moviendo

ora a un lado, ora a otro lado

como queriendo decir

que todo aquello es falso.

 

      Por fin, se decide a hablar

al Marianito mirando

y le dice sin ambages

que el señor que va buscando

en su vida no le ha visto

y menos allí hospedado.

 

      ¡Qué sudores! ¡Qué suspiros

por doquier le van llegando!

Y no tiene más remedio,

aunque sea sólo un rato,

apoyarse en la baranda

totalmente mareado.

 

      Y la mujer del fondista

que todo lo está escuchando,

para que se reanime,

un vaso de agua le ha dado

y acercándose le dice:

     -"¡Díganos lo que ha pasado!"-

 

      Lo que pasó aquella tarde

a los dos va relatando

parecía un alma en pena

de ésas que tanto se ha hablado.

 

      Se encontraba el Marianito

muy triste y desconsolado

y entre suspiro y suspiro

cuenta todo sin reparo.

 

      El fondista y su mujer

después que le han escuchado

piensan los dos en lo mismo

y dicen que le ha timado.

 

      Nunca tal palabra oyó,

ni trató de averiguarlo;

le han quitado los billetes

y el hecho está consumado.

                   - IV -

      Y con un sencillo "¡Adiós!"

a los fondistas les deja

con sus pasos vacilantes

va por las calles estrechas

sin saber adonde ir

sólo en los billetes piensa.

 

      -"Con los del pueblo, ¡ni hablar!

¡Qué bochorno! ¡Qué vergüenza!

¡Me voy por esos barancos 

a donde nadie me vea!"-

 

      La noche se le echó encima

con la luna casi llena,

parecía que corría

entre nubes cenicientas.

 

      Y por la parte del norte

el cierzo sopla con fuerza;

ese viento del Urbión

que en las casas nos congrega

alrededor de una lumbre

con una fogata buena.

 

      A un montecillo llegó

el Marianito sin fuerzas

y al arrimo de un enebro

se pasó la noche en vela.

 

      El montón de pensamientos

que la  cabeza genera

bastaban para escribir

una bien triste historieta.

 

      Sólo pensar en su madre

cuando todo lo suopiera

era para desear

que le tragara la tierra.

 

      Ella, que antes de salir

le preparó con cautela

la bolsita atada al cuello

advirtiéndole con fuerza

que no la soltara nunca 

aunque la vida perdiera.

 

      Con el primer resplandor

anunciando el sol que llega,

se levantó soñoliento

y entumecidas las piernas.

 

      Empezó a andar sin saber

dónde sus pasos le llevan,

al mismo tiempo que iba

apretando la chaqueta

ateridito de frío

los dientes le castañean.

 

      Un buen rato caminó,

se puede decir que a ciegas,

pero no se equivocó

porque la leal querencia

le tiraba hacia su pueblo

aunque él no lo quisiera.

 

      Así llegó a la tenada

que la llaman de la "Onseca";

se escondía de la gente,

no quería que le vieran.

 

      Pronto preparó una cama

con hierbas y ramas secas

y haciéndose un ovillito

se pasó las horas muertas;

sin comer y sin beber

deseando se muriera.

                  - V -

      Ya se terminó la feria

ya todos vuelven a cas

nadie ha visto al Marianito

desde el día de llegada.

 

      El fardel con la comida

y la arrebujada manta

se lo entregan a su madre,

al tiempo que comentaban

que la vaca la vendió

misma tarde de llegada.

 

      Mil conjeturas se hacía

la gente toda asustada

cada uno a su manera

en lo más malo pensaban.

 

      unos, muerte repentina

otros, marchado de casa

el de más allá, que ahogado

o caído en una zanja,

y algunos más entendidos

hasta de secuestro hablaban.

 

      La noticia se extendió

por toda aquella comarca

y una batida se dio

por ver si se le encontraba.

 

      Por fin, llega la vanguardia

a revisar las tenadas,

los pastores le encontraron;

lamentable era su facha.

 

      Sin comer y sin beber

tres días así llevaba,

le montaron en un burro

y con él fueron a casa.

     Junto al amor de la lumbre

presente su madre estaba,

contó lo mejor que pudo

esta historia pre-citada.

              FIN

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