La pistola y el Cabrero de Orillares

Donde se da cuenta puntualmente de cómo se le quitó la pistola al cabrero de Orillares y otras cosas dignas de mención

                     - I -

      Con ovejas y con cabras

yo pronto tuve que ir

porque mi hermano se fue

a la guerra a combatir.

 

      Aquel año treinta y seis

de zozobra y sustos mil,

se cambiaron muchos mozos

de la cachava al fusil.

 

      Y sin poder rechistar

el zurrón me tocó a mí

y por montes y barbechos

con el ganado me fui.

 

      Hay que ver las aventuras

que yo pasé por allí,

las buscaba muchas veces

para contarlas al fin.

                    - II -

      La historia que ahora relato aunque parezca ficción

se llevó a cabo y es cierta

cuando estaba de pastor.

 

      Planeada y pensada

por el Nicanor y yo,

entre el "Pico" y "Covalagua"

y el "Vallejo del Hoyón".

 

      Me llevaba a mí dos años,

el dicho conmelitón,

por eso el que allí mandaba

con acierto o sin razón

era, sin más comentarios,

el famoso Nicanor.

 

      Eran tiempos violentos

de huidos y desplazados

y hubo noche que se vio

entre el monte y los sembrados

alguno que le buscaban

o que se había escapado

de las garras de Falange

cuando iban a matarlo.

 

      Un día le dije al "Nica"

que había visto, medio oxidado,

un revólver, en mi casa

dentro de un cajón cerrado.

  -- "¡ Tráele !" --

me dijo sin más pensarlo.

 

      Durante todo aquel día

hablamos tendido y largo

llegando a la conclusión

que teníamos que "armarnos".

               - III -

      Llegamos a la tenada,

encerramos el ganado

y marchamos 

por "la Lastra", "El Castillo",

el de los Moros Cubillo

y los prados.

Casi en silencio está el pueblo

ya que están atareados

entre viejos y mujeres

en recoger los sembrados

y algún mozo que a la guerra,

todavía no han llamado.

                 - IV -

      Una vez llegado a casa

y sin que nadie me viera

al camarote me subo

por una endeble escalera

para coger el revólver

que en un cajón de madera,

envuelto con unos trapos

y atado con unas cuerdas,

había encontrado un día

rebuscando ropas viejas.

 

      Allí se encontraba el arma,

sólo me costó cogerla,

al principio, me pesaba

remordíame la conciencia;

daño, pensé que no hacía

nadie se acordaba de ella;

los tiempos lo requerían

y no hay que darle más vueltas.

 

      Los proyectiles se hallaban 

envueltos en una tela,

tantos yo no me esperaba

eran por lo menos treinta.

 

      todo lo envolví con trapos

que luego até con dos cuerdas;

con el bulto bien liado

bajé por las escaleras,

en el zurrón lo metí,

nadie yo vi que me viera.

 

      Por la tarde me marché

como siempre, a las ovejas,

al Nica me lo encontré

de espera en la "Fuente Vieja".

 

      - ¿Lo has traído? -

fue su palabra primera,

yo, asustado y cohibido

dije que sí, por señas.

 

      Si al Nica se le metía 

una cosa en la cabeza

no paraba noche y día

aunque empleara la fuerza

hasta que no conseguía

lo que quería su "testa".

                  - V -

      Por la senda del Castillo

llegamos hasta la Lastra

allí nos juramentamos;

de testigos: saltamontes y cigarras;

"que aunque no fuera la vida

nunca diríamos nada

de dónde había salido

la ya mencionada arma.

                 - VI -

      Por una casualidad

pocas veces repetida

nos enteramos un día

que en Orillares había

uno que guardaba cabras

que una pistola tenía.

 

      Y nuestra mente avispada

día y noche repetía:

"tenemos que ir a por ella

con coraje y valentía".

 

      Muchas propuestas hicimos

por ver cuál mejor sería:

cómo, cuándo y a qué hora

más descuidado estaría.

      Concretamos ir a ver

las costumbre que tenía,

cuando soltaba las cabras

y sitios que recorría.

 

      Pensábamos con acierto

que dar cuenta no podía

porque entonces, las pistolas

estaban intervenidas;

por lo tanto, aunque robada

callarse, más le valdría.

 

      En el "Cañón Río Lobos"

a la sombra de una umbría

dejamos a las ovejas

y por el "Quemado" arriba

"Valdelacalera" abajo

se llega a la "Muniquilla"

 

      En el "Monte del Baldío" 

nos metimos enseguida,

¡qué bien se va por la sombra,

cuando el sol está en su cima,

entre pinos bien reverdes

en un caluroso día!

 

      No dejábamos de hablar

de la aventura prevista

y más que dos pastorcillos

parecíamos ardillas

que evitan de pino en pino

las miradas imprevistas.

 

      Así, llegamos al sitio

a la hora requerida;

nos quedamos en un risco

que nos sirvió de guarida,

desde allí se ve Orillares,

sus contornos y salidas.

 

      Los minutos se pasaban 

con igual monotonía

esperando que el cabrero

por dónde y cuándo saldría.

 

      El astro Sol declinaba,

las cabras, nunca salían,

por fin, se oyó el cuerno lejos,

como el de Roldán un día,

anunciando que las cabras

los vecinos soltarían.

 

      Todo estaba ya previsto

y la forma convenida

que al quitarle la pistola

no se causaran heridas.

 

      Al unísono los dos

saltamos con alegría

porque el cabrero y las cabras

hacia nosotros venían.

 

      Se acercaba por momentos

silbando una cancioncilla.

El Nicanor, dijo: "¡Quieto!

No te muevas y vigila;

cambiémonos las chaquetas

que no me fío ni pizca

de este tío que es más listo

que Merlín y su cuadrilla"

 

      El cabrero se sentó

a la sombra de una encina

mientras las cabras alegres

de los chaparros comían.

 

      Llegó el momento esperado

planeado en tantos días,

todo estaba coordinado

con la estrategia precisa.

 

      Escondido yo quedé

sin nada perder de vista;

el Nicanor se levanta

puesta ya mi chaquetilla.

¡vaya tipejo más raro!

yo no sé que parecía

y, aunque no eran momentos

de alegría ni de risa,

me quedaba yo mirando

al verle en aquellas pintas

que llegado al objetivo,

el cabrero, qué diría.

 

      La navaja que llevaba,

de Albacete allí ponía,

con siete muelle contaba

cuando la hoja salía;

parecía bayoneta

de la fiel Infantería.

 

      Estaba en mi observatorio

sin nada perder de vista;

mi conmelitón llegó,

vio, actuó y vencía

a semejanza del César

en las batallas Alpinas.

 

      Una seña me bastó

con la cabeza movida

para saber, que la pistola

de mano cambiado había.

 

      Hablaba mi compañero

pero yo nada entendía,

se dirigía al cabrero

con las manos hacia arriba,

por fin, pude comprender

lo que éste al otro decía:

 

      "¡No te vayas de la lengua,

en ello te va la vida,

estate aquí quietito

sin volver atrás la vista

porque yo siempre he tenido

excelente puntería!"

 

      Del lugar nos alejamos

con ligereza de ardillas,

describimos un gran arco

por si alguien nos veía,

no fiándonos de nadie

ni de noche ni de día.

                - VII -

      Llegamos sin novedad

a nuestra querida Lastra,

nos sentíamos seguros

cada uno con un arma.

 

      La luna ya se veía

las estrellas se anunciaban

al Astro Rey esperamos

para tranquilos probarlas,

saber nuestra puntería

y también, dónde alcanzaban.

 

      Satisfechos nos quedamos

las pruebas realizadas;

ya todo se terminó

y aquí no ha pasado nada.

 

                  FIN

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