Poesías de Pausilipo Oteo
En esta 2ª hoja: Los daños de una tormenta el año 1.934 Un bendito campesino y unos jóvenes de aúpa Lo que un día sucedió en 1.882
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Los daños de una tormenta el año 1.934 |
Era una tarde de julio espesa y abochornada con un calor sofocante que la ropa traspasaba.
Por la parte de Poniente unas nubes negri-blancas por su forma de moverse nada bueno presagiaban.
Los vencejos vuelan rasos moviendo sus anchas alas y también el gorrión macho con su negrita corbata, el cobijo sin descanso busca entre tejas y bardas porque el natural instinto la tormenta barruntaba.
En la torre la cigüeña "el ajo" ya no machaca, los garabatos asoma y divisa en lontananza el vendaval que se acerca que aumenta al tiempo que arrastra a su paso dando vueltas, nubes apelotonadas.
Un murmullo como sordo que por momentos avanza lo viene arrasando todo pastizales y labranza, como una mano invisible que no respetara nada a semejante de Godos o de Atila y sus mesnadas.
El trueno con su retumbe, como tambor en batalla desde lo llano a la cumbre en los oídos restalla haciendo pensar al hombre de dónde esa fuerza saca. |
El cielo está ennegrecido, la oscuridad se agiganta, empieza a caer granizo que repica en las ventanas.
Cubierto se encuentra el suelo con la triste capa blanca sigue cayendo y cayendo todo a su paso lo arrasa; el labrador, detenerlo quisiera con la mirada.
Está el campesino viendo como cae la pedrada, piensa en su campo preñado con las espigas doradas de rubios granos que eran la esperanza del mañana.
Ya disminuye la piedra en su lugar, llega el agua el capo, pronto se anega; los arroyos se desmadran y rugiendo como fiera por chancales y barrancas el "nublado" ya se aleja hacia las altas montañas.
Atrás, deja la miseria de la gente que trabaja todo el año con la yunta después de siembra y escarda, porque una nube hechicera se presentó sin llamarla
Así es la vida del campo: dura, penosa e ingrata mirando siempre hacia el cielo esperando la bonanza y aguantando todo el año como piedra bien templada uncido siempre el arado con frío, calor o escarcha. |
Un bendito campesino y unos jóvenes de aúpa |
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En el pueblo de Muñecas pedáneo Santa María ocurrió esta fina historia entre tristezas y risas.
Allá por los años treinta pocas noticias había y al pueblo las que llegaban casi siempre eran tardías.
El cura don Telesforo del pueblo Santa María una radio se compró que entonces era primicia.
¡Vaya antena que instaló! más de cien metros tenía: de lo alto de la torre a su casa, fue tendida.
Parece que la estoy viendo: más maroma parecía aunque el viento la azotara ella bien lo resistía.
Mucho dinero gastó según el cura decía que toda era de cobre, metal que más retenía.
Las hercianas que pasaban para formar sintonía con la radio que en su casa manejaba con codicia.
El 22 de diciembre se rifa la lotería lo mismo entonces que ahora las ondas la transmitían.
Desde el pueblo deMuñecas suben a Santa María: el Manuelón y el Calonges, nadie sabe a qué vendrían.
Lo que se supo luego que tenían una lista con los números premiados en ese famoso día
En la taberna el Peluca la copita consabida echan como de costumbre, comentando lo del día.
Hablaban y comentaban de precios y mercancías a cómo en Salas o en Huerta las pieles se pagarían. |
Así pasaban el rato en paz y buena armonía hasta que el Calonges dijo y echa el arranque chiquita
La hija del tío Peluca con paciencia les servía llegaron hasta cantar las tonadas que sabían.
Pagan la cuenta y se marchan ellos no tienen gran prisa aunque la mujer les tiene preparada la comida.
Cuando salen a la calle el sol en lo alto brilla hay nieve por los tejados y el "cierzo" corre que pita.
Después de pasar la Dehesa llegan a las Canadillas iban charlando y hablando sobre todo de la rifa.
Los números del Fermín los saben de carrerilla los dos concuerdan la broma mientras se parten de risa.
Y sin pensarlo dos veces los colocan en la lista en el número primero que al gordo correspondía.
Cuando llegan a Muñecas a la taberna caminan allí estaba el tío Fermín los Filones y Boquitas.
Y después de saludar a todos los que allí había se arriman al mostrador piden les sirvan bebida.
Les acercan el porrón que pingan con maestría de aquel vino peleón que compran en Alcubilla.
Mientras en la calle el cierzo hace la tarde muy fría el dueño de la taberna a la cocina la atiza.
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Sale la conversación lo que hay por Santa María y si ellos sabían algo de los premios de la rifa.
El Calonges muy ufano de entre la faja metida saca pronto unos papeles que les enseña enseguida.
Al mirarlo el tío Fermín los ojos se le encandilan con el papel en la mano marcha a su casa deprisa.
y sube las escaleras parece que no las pisa pronto llega donde están los números de la rifa.
Lo coge como con miedo pensando no coincidan pero cuando cotejados los mira y los remira, tan convencido quedó de que "el Gordo" allí tenía.
Con las voces de rigor como el caso requería llega donde está el puchero que en la lumbre se cocían unas alubias bien viudas sin chorizo ni morcillas.
Sin mirar si le quemaba por la ventana le tira y le dice a su mujer: _"¡Vete a por carne, Chiquita! desde hoy, ¡Fuera pucheros! ¡Sólo sartén y parrillas!
Luego llega a la taberna anunciando la primicia allí se encuentra a los compinches con disimulada risa.
No sé porqué no le gusta lo que su mente adivina y se acuerda del puchero con las alubias cocidas.
Cuando todo se descubre de la broma consabida dice que le está muy bien; que la tiene merecida; por creer como un bendito en semejante cuadrilla. |
El Timo de la estampita Donde se narra un suceso que demuestra cómo "el timo de la estampita" se practicaba antiguamente en las ferias. |
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San Esteban de Gormaz es un pueblo ribereño con una vega feraz que la baña el río Duero.
El día once de Noviembre desde inmemoriales tiempos se celebra allí una feria antes que llegue el invierno.
Tratantes de blusas negras y cachavita de fresno afluyen de sus contornos y también desde muy lejos.
Tres días dura la feria; lleno de gente está el pueblo, unos con buena intención otros emplean su ingenio por ver si pueden hacerse, con engaños, de lo ajeno.
El Marianito, una vaca lleva a cambiar por dinero y después comprar un burro, aunque no sea muy bueno, para el transporte de leña en los meses venideros.
Los que tienen que vender algún animal por viejo, la noche anterior se juntan y deciden al momento quién arreará las reses y cómo llevar el "pienso".
La madre del Marianito le preparó con cautela una como carterita atada con unas cuerdas que rodeada a su cuello comprobada y bien sujeta debía llevarla siempre como su fiel compañera para meter los billetes cuando la vaca vendiera.
Al salir por la mañana, en el umbral de la puerta le dijo: "¡Hijo mío, no te fíes ni de tu misma chaqueta.
El Marianito contento, como si fuera a una fiesta silbando una cancioncilla, camina entre los que arrean.
Otros, van en sus caballos llevando la impedimenta para pasar esos días que siempre dura la feria.
Llevan mantas y comida en pucheros y cazuelas para arroparsen y comer como buenamente puedan.
No hay posada para todos, imposible que así sea ya que el pueblo es muy pequeño para la gente que llega.
Sobre las doce del día arribaron a la feria unos, quedan con las reses otros, al pueblo se llegan a buscar alojamiento porque las noches son frescas.
Han encontrado un casillo donde guardan ovejas y conciertan con el dueño con regateos y quejas cuánto costará la estancia los tres días de la feria.
Mientras tanto en el ferial un tratante de Vinuesa, al Marianito, la vaca le compra y le da las "perras". Y sin pérdida de tiempo las mete en la bolsa aquella que su madre preparó para evitar que las pierda.
Mirando comprar el burro va por allí dando vueltas no le ha gustado ninguno y se dice al fin de cuentas, que se marcha por el pueblo a buscar la impedimenta.
En una calle estrechita de las que abundan por fuera a un señor que va delante se le cae una cartera; presuroso el Marianito se agacha al suelo a cogerla; otro que viene detrás, le chista con gran cautela diciendo no diga nada, con aspavientos y señas.
Quieto queda el Marianito mientras el otro se acerca y le dice muy bajito: "-Esta cartera es bien nuestra-" "-¿Tiene mucho?-" "-¡Déjeme que pueda verla!-" y el bueno del Marianito por las buenas se la entrega. "-¡Cuántos billetes!... ¿Los ves? (parece se los enseña) "- toma, toma, guárdela esto es una gran riqueza -"
Como autómata obedece y en el bolso la chaqueta la guarda con gran cuidado como si sagrada fuera.
El "listo", sigue diciendo: -" ¡Vámonos a aquellas huertas, nada hay que decir a nadie, lo repartimos a medias! "-
En un tobogán sin fondo el Marianito se encuentra, no habla ni una palabra, sólo en la cartera piensa.
Iban andando en silencio por las estrechas callejas hasta que el "listo" se para, se echa mano a la cabeza como si algo se olvidara o que entonces se recuerda de alguna cosa importante que tiene que ir por fuerza.
-" ¡Qué tonto soy!. no me acordaba siquiera que un gran amigo de Soria me está esperando en la feria...
Yo me tengo que marchar; es un acto de conciencia. Lo podemos arreglar de la siguiente manera: Deme el dinero que lleve y yo le doy mi tarjeta y después que bien lo cuente lo que hay en la cartera, esta noche echamos cuentas donde ponen estas señas"-
-" Llevo poco" - -"¿Cuánto?" -"Tres mil doscientas pesetas"- -"¡Es igual! ¡démelas! no se preocupe por ellas que en la cartera que tiene hay muchísimas como éstas!" -
El Marianito asustado obedece con presteza, llevando la mano al cuello tarde de encontrar la cuerda. por fin, medio suspirando saca la bolsita afuera, echa mano a los billetes y con cara lastimera, mirándolos embobado al truhán se los entrega.
Antes de marcharse éste una vez más recomienda: -"¡Cuénte Vd. bien los billetes y después, cuando anochezca se viene a la "Fonda Ruiz" y me da la diferencia. - III - Mientras el otro se marcha le despide con la mano, se acuerda de los billetes que con él se va llevando.
Al principio, caminaba; más tarde, aligera el paso; después, se pone a correr y al final, como volando.
No le gusta al Marianito con la prisa que ha marchado pero para él se dice: -"¡Qué hombre más confiado! Sin conocerme ni nada el dinero que ha dejado en la abultada cartera para después de contarlo le lleve la diferencia a las señas que me ha dado"-
Queda solo el Marianito a la cartera palpando: -"¡Pues sí, la llevo; voy allá abajo a contarlo"-
Pero malos pensamientos a su mente van llegando que aumentan con persistencia al tiempo que va pasando.
Un sudor frío en la tarde parece que está anunciando que es imposible que pase lo que a él le está pasando.
No puede seguir más tiempo a la duda soportando y a la puerta de un casillo que se encuentra abandonado se pone a abrir la cartera, por si lo que piensa es falso. |
No cree lo que está viendo y febrilmente mirando no encuentra más que papeles que se hallan colocados como si fueran billetes salidos del mejor banco.
Imposible describir el momento de aquel cuadro: le están temblando las piernas y le tiritan las manos, al mismo tiempo que busca con ligereza de gamo entre todos los papeles algún billete olvidado.
-"¡ Nada ! ¡Todo es inútil !"- dice como sollozando; y buscando la tarjeta veloz como el mismo rayo ha cambiado en un momento y por su mente ha pasado que sus queridos billetes pueden ser recuperados.
Recogidos los papeles y la cartera guardando el camino le desanda con la tarjeta en la mano.
Mira en las calles que pasa como aquel que está buscando su tesoro más querido por ver si puede encontrarlo
A un señor que por la calle en sus casas va pensando le pregunta presuroso por la fonda "Ruiz Encabo".
Amable y correcto el otro con la mano ha señalado al mismo tiempo que dice: -"Tuerza a la izquierda y al lado se encontrará con la fonda por la cual me ha preguntado"-
El Marianito se marcha corriendo, casi volando, tanta prisa es la que lleva que ni las gracias le ha dado.
Llega a la fonda y remira como aquél que está oteando por ver si entre aquellos hombres está el sujeto buscado.
Se abre paso entre la gente y hasta la barra ha llegado y pregunta a un camarero por el señor Ruiz Encabo.
-"Soy el mismo. ¿Qué desea?" -"Vengo a este señor buscando, ya que pone en la tarjeta que aquí se halla hospedado"-
Mientras el fondista está a la tarjeta mirando la cabeza va moviendo ora a un lado, ora a otro lado como queriendo decir que todo aquello es falso.
Por fin, se decide a hablar al Marianito mirando y le dice sin ambages que el señor que va buscando en su vida no le ha visto y menos allí hospedado.
¡Qué sudores! ¡Qué suspiros por doquier le van llegando! Y no tiene más remedio, aunque sea sólo un rato, apoyarse en la baranda totalmente mareado.
Y la mujer del fondista que todo lo está escuchando, para que se reanime, un vaso de agua le ha dado y acercándose le dice: -"¡Díganos lo que ha pasado!"-
Lo que pasó aquella tarde a los dos va relatando parecía un alma en pena de ésas que tanto se ha hablado.
Se encontraba el Marianito muy triste y desconsolado y entre suspiro y suspiro cuenta todo sin reparo.
El fondista y su mujer después que le han escuchado piensan los dos en lo mismo y dicen que le ha timado.
Nunca tal palabra oyó, ni trató de averiguarlo; le han quitado los billetes y el hecho está consumado. - IV - Y con un sencillo "¡Adiós!" a los fondistas les deja con sus pasos vacilantes va por las calles estrechas sin saber adonde ir sólo en los billetes piensa.
-"Con los del pueblo, ¡ni hablar! ¡Qué bochorno! ¡Qué vergüenza! ¡Me voy por esos barancos a donde nadie me vea!"-
La noche se le echó encima con la luna casi llena, parecía que corría entre nubes cenicientas.
Y por la parte del norte el cierzo sopla con fuerza; ese viento del Urbión que en las casas nos congrega alrededor de una lumbre con una fogata buena.
A un montecillo llegó el Marianito sin fuerzas y al arrimo de un enebro se pasó la noche en vela.
El montón de pensamientos que la cabeza genera bastaban para escribir una bien triste historieta.
Sólo pensar en su madre cuando todo lo suopiera era para desear que le tragara la tierra.
Ella, que antes de salir le preparó con cautela la bolsita atada al cuello advirtiéndole con fuerza que no la soltara nunca aunque la vida perdiera.
Con el primer resplandor anunciando el sol que llega, se levantó soñoliento y entumecidas las piernas.
Empezó a andar sin saber dónde sus pasos le llevan, al mismo tiempo que iba apretando la chaqueta ateridito de frío los dientes le castañean.
Un buen rato caminó, se puede decir que a ciegas, pero no se equivocó porque la leal querencia le tiraba hacia su pueblo aunque él no lo quisiera.
Así llegó a la tenada que la llaman de la "Onseca"; se escondía de la gente, no quería que le vieran.
Pronto preparó una cama con hierbas y ramas secas y haciéndose un ovillito se pasó las horas muertas; sin comer y sin beber deseando se muriera. - V - Ya se terminó la feria ya todos vuelven a cas nadie ha visto al Marianito desde el día de llegada.
El fardel con la comida y la arrebujada manta se lo entregan a su madre, al tiempo que comentaban que la vaca la vendió misma tarde de llegada.
Mil conjeturas se hacía la gente toda asustada cada uno a su manera en lo más malo pensaban.
unos, muerte repentina otros, marchado de casa el de más allá, que ahogado o caído en una zanja, y algunos más entendidos hasta de secuestro hablaban.
La noticia se extendió por toda aquella comarca y una batida se dio por ver si se le encontraba.
Por fin, llega la vanguardia a revisar las tenadas, los pastores le encontraron; lamentable era su facha.
Sin comer y sin beber tres días así llevaba, le montaron en un burro y con él fueron a casa. Junto al amor de la lumbre presente su madre estaba, contó lo mejor que pudo esta historia pre-citada. FIN |
Lo que un día sucedió
Donde se da cuenta del robo con homicidio en la persona de Pedro Muñoz de 74 años de edad el día 13 de Noviembre de 1.882, a manos de Eugenio Olalla y siete más, en Santa María de las Hoyas (Soria) |
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De labrador a minero - I - A las minas de Bilbao Eugenio Olalla marchó después de estar de criado en casa Pedro Muñoz.
Dicen que no se avenía a ser simple labrador y aquello de obedecer detestaba con furor.
Se sabía por doquier y no faltó quien habló que algún disgusto tuvieron entre criado y señor.
El Olalla vengativo una vez y otra pensó abandonar el terruño y buscar vida mejor.
Un día estando en la siembra la cuenta a Pedro pidió y éste, cuando llegó a casa se la dio sin dilación.
sin despedirse siquiera ni con un sencillo Adiós, cogió el jornal y se fue; quién sabe lo que pensó.
Tenía el Eugenio un tío con él se confabuló para cometer el robo en la primera ocasión. -----oooOooo----- El reclutamiento - II - Eugenio Olalla en la mina siete hombres reclutó para ir a Santa María y allí robar a un señor.
A cada uno de ellos diez mil duros prometió y a aquellos que mal vivian muy pronto les convenció.
De orzas con monedas de oro más de una vez les habló que enterradas o escondidas en la cuadra, en un rincón, se decía por el pueblo tenía Pedro Muñoz.
Les repetía la historia sin saber quién la inventó que en tiempos de los Carlistas un señor se presentó con una carga de oro y que allí la descargó.
Ante estas perspectivas y con esta descripción no tardaron mucho tiempo en ponerse en acción -----oooOooo----- El viaje - III - El día ocho de Noviembre en Bilbao cogen el tren y se bajaron en Burgos cuando iba a anochecer.
Andaron toda la noche por caminos mal que bien, rehuyendo de los pueblos, no querían darse a ver.
así llegaron a Salas cuando el sol iba a nacer, metiéronse en un pajar a descansar y comer.
Emprendieron el camino cuando la estrella se ve, guiados por El Eugenio entre pinos por doquier.
Testigos de aquella marcha por senderos de lebrel fue: una luna cenicienta, el zorro, el gato montés y el cárabo con sus gritos decía una y otra vez: "Volveros atrás malvados lo que pensáis, no está bien.
Entre brozas y pizorras alguno se dio un traspiés maldiciendo y perjurando pronto se une al tropel.
A las cinco la mañana día once, mismo mes llegan a Santa María sin ruido alguno meter. -----oooOooo-----
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Escondidos - IV - El tío de Eugenio estaba esperando ya unos días por eso la puerta abierta aquella noche tenía
Se metieron sin llamar porque el Olalla sabía dónde estaba la escalera que al pajar les llevaría.
Dos noches allí pasaron equivalente a tres días, no salían del pajar sólo el tío lo sabía. Así llegó el día trece con su tarde parda y fría eran las diez y ocho horas cuando los ocho salían para cometer el robo que mucho ruido traería. -----oooOooo----- El robo - V - Toda la gente del pueblo en la iglesia se encontraba porque en el mes de Noviembre a las ánimas rezaba.
Los viejos y los enfermos en sus casas se quedaba, los demás, todos, sin falta al rosario se marchaban.
Esto lo sabe El Eugenio que no se le escapa nada y manda a Ramón Méndez con otro más de la banda que se vayan a la iglesia cierren la puerta con tranca para que no salga nadie aunque toquen las campanas.
Los vecinos que rezando como otras tardes se hallaban se encontraron encerrados nadie sabía la causa.
Mientras tanto los seis más se acercaban a la casa de Pedro Muñoz que no lejos de allí estaba.
Setenta y cuatro años tenía y Don Pedro le llamaban; hombre honrado y justiciero, las crónicas lo relatan también dicen que hacendado, dentro de aquella comarca.
Ya se acercan a la puerta el ventanillo, allí estaba sin cerrar, y por él, la mano quita la tranca.
Tranquilos sus moradores en la cocina se hallaban la mujer de Pedro, que Brígida se llamaba, auxilio quiere pedir al ver la gente que entraba y no la dejan salir lo mismo que a la criada.
Miguel garcía Carrasco uno de los de la banda al portal le saca a Pedro, pronto las manos le ata.
Durante más de una hora bien registraron la casa, se apoderaron de todo lo que de valor hallaban.
Les pareció el botín poco e incesante preguntaban amenazando y pegando como gente desalmada; ellos, querían saber de forma rotunda y clara dónde se hallaban las orzas que tenían enterradas con las monedas de oro que tanto la gente hablaba.
Al no hallar la respuesta a lo que ellos deseaban, uno de los asaltantes en la cabeza pegaba a Pedro Muñoz, que quieto, ya sangraba por la cara.
El Galilea se opuso, "que a nadie se maltratara, habían venido a robar y una vez hecho, marcharan"
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Lo decía en alta voz porque entonces El Olalla salía "hecho una fiera" por la puerta de la cuadra con la pistola en la mano y al momento descargaba en la cabeza de Pedro, un golpe con la culata.
-- "¿Tú también ? ¡ Ay, Olalla ! ¡ Cuánto te hice de bien y de esta forma me pagas !"- (El riado que fue antaño al amo hoy le pegaba.
Una y otra vez pregunta dónde las orzas se hallan y al no recibir respuesta tres tiros le disparaba.
Uno, le dio en la cabeza los otros dos en la espalda. Pedro murió a los dos días sin decir una palabra.
Las dos mujeres llorando las tenían encerradas dentro de una habitación a éstas también preguntaban dónde las orzas con oro las tenían enterradas.
Nada podían decir tampoco sabían nada y cuando oyeron los tior en lo más malo pensaban.
El crimen han cometido, ya de la casa se marchan llevándose lo robado: dinero, objetos y alhajas. -----oooOooo----- La huida - VI - Al salir por el Majano las pistolas disparaban, nadie osó perseguirlos por temor a una matanza.
Por el Portillo Vicente y Sierra de Hontoria marchan; se encontraban en Duruelo al despuntar la mañana.
Cansados y soñolientos con la cabeza embotada entre pinos centenarios y peñas aborrascadas hacia donde nace el Duero levantiscos coaminaba, maldiciendo sin cesar al cabecilla de Olalla por haberlos embarcado en lo que nadie esperaba
-"¿ Dónde están los diez mil duros que a cada uno nos dabas ?"- Ësto era lo que decían y razón no les faltaba.
Además de no cumplir la ya, palabra empeñada deja un crimen horrendo atrás, sobre sus espaldas; que, aunque era gente bruta descreída y borracha, remordíales la conciencia cuando lúcidos se hallaban.
Llegaron a Santa Inés que es un puerto de montaña, cuando entre nubes plomizas de vez en cuando brillaba una luna entre los pinos ajena a lo que pasaba.
Compran comida en el pueblo, el vino, no le faltaba y después de hartos de todo en un pajar se tumbaban, tranquilos y confiados sin pensar que les buscaban.
A pierna suelta dormían cuando llegaron los Guardias; resistencia, no ofrecieron que soñolientos estaban; de su asombro no salían y creían que soñaban. Nunca lo hubieran pensado tan pronto les encontraran.
Cacheados a conciencia, visto encima de una manta no llegaba a dos mil duros, cinco revólveres, seis navajas, relojes, pistolas... era todo que llevaban. FIN CONTINUARÁ.... Gerona, Marzo de 1988
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