SOBRE EL ORIGEN DEL REINADO DE LOS MOZOS

DE SANTA MARÍA DE LAS HOYAS

Autor: José-María Martínez Laseca  

Aportado por Maruska Goig Soler de www.soria-goig.com  

(También Pausilipo en "historia de su noviazgo", cuenta EL REINADO DE MOZOS)

En diversos pueblos de la provincia de Soria, hasta hace no mucho tiempo, se celebraba un curioso ritual que, haciendo mezcolanza de lo religioso y lo profano, constituía el eje de la fiesta incorporando como actores protagonistas a los jóvenes lugareños. Tal vez por ello se nombrara El Reinado de los Mozos. Su más evidente plasmación acontecía en tiempo de Navidad, comenzándose por Nochebuena para concluir en el día de Epifanía o Reyes.

El objetivo de este articulo es en cierto modo arqueológico, pues consiste en un intento de rescatar del olvido (buscándoles encaje a las tejuelas dispersas tras quebrarse la tinaja que otrora guardaba su memoria rebosante) aquello que aún nos resta de lo que fuera su puesta en escena.

Para ello nuestro viaje indagatorio nos trasladará hasta el pueblo de Santa Mª de las Hoyas, por ser aquí donde se guardan recuerdos más recientes y donde, a nuestro entender, cobraba mayor importancia tal representación, que no dudamos se plasmará en otras localidades sorianas, cual es el caso de San Leonardo, de las que nos faltan noticias suficientes.

Es mi pueblo, mi pueblo,

mi gran ilusión,

nido grato de amor,

mi gran ilusión.

 

Enfrente tiene un cerro

y sobre él, mi amor,

nido grato de amor,

y sobre él, mi amor,

nido grato de amor.

 

En el cerro contemplo

una ermita sagrada,

en la ermita venero

al Dios de mi alma,

nido grato de amor,

al Dios de mi alma.

Vigilando la ermita

hay un castillo,

castillo natural,

hay un castillo.

 

Por el que siento madre

un gran cariño,

cariño profundo,

un gran cariño.

 

Donde quiera que vaya

pueblo querido,

nido grato de amor,

pueblo querido.

La villa de Santa María de las Hoyas se encuentra situada en el confín noroeste de la provincia de Soria, a unos 66 km. de la capital. Su caserío, que cuenta con iglesia parroquial y tres ermitas se asienta sobre una extensa hondonada por cuyo suelo transcurre el río Lobos, conformando en las sierras de pie de monte que separan las estribaciones de la cordillera ibérica y la alta meseta del Duero el hermoso cañón que lleva ese nombre. Hoy, su población escasamente supera los doscientos veinte habitantes.

El que Santa María de las Hoyas sea un municipio rayano con la provincia de Burgos, acaso tenga mucho que ver con el arraigo de la celebración tradicional de este ritual, por lo que cabría asociarlo con otros Reinados que se practicaban por tierras burgalesas, como eran los afamados de Hacinas, Villanueva de Carazo y Barbadillo del Mercado. Tan es así que el folklorista Federico Olmeda en su libro Folklore de Castillo o Cancionero Popular Burgalés (1975) nos alumbra sobre su razón de ser cuando nos advierte: "Esta institución tiene por objeto recaudar fondos para sufragar gastos de gaita y por otro lado proporcionar algún género especial de diversiones".

Ritual

Los hechos se desarrollaban del siguiente modo. Con cierta antelación a la fecha indicada los mozos procedían a la convocatoria de la consiguiente junta general. Reunida la cuadrilla en el lugar habitual (normalmente la cantina) perfilaban los detalles de la celebración: rondas, designación del Rey, organización de la mesnada, preparación de la bandera, contratación de músicos...

Por los datos que hemos podido espigar, el ceremonial propiamente dicho se iniciaba en la Nochebuena, cuando todos los mozos del pueblo se agrupaban para proceder a la primera de las rondas nocturnas por las calles del lugar. Acompañándose de laudes, guitarras, panderetas, almireces y botellas entonaban ingeniosas y delicadas coplas y canciones cargadas de sentimiento y de lirismo en las que, por ir dirigidas a las mozas en edad de merecer, se abundaba en la temática amatoria del cortejo como muy bien expresa este fragmento de una de ellas:

Para empezar a cantar

señores, licencia pido.

No digan a la mañana

que pecamos de atrevidos.

 

Canta, compañero canta,

a tu prima la doncella,

que estás en la obligación

de velar siempre por ella.

Si estoy en la obligación

de velar siempre por ella,

más obligado estás tú,

que te has de casar con ella.

 

Campanas que vais al vuelo,

tenéis la voz delgada,

despertando a esa doncella

que tiene lejos la cama.

Ya a la mañana siguiente, día de Navidad, tras el toque de campanas, los mozos en perfecta formación y con su bandera al frente asistían a la misa. Pero hasta su conclusión iba a permanecer en secreto a quien de entre todos los vecinos se había decidido escoger como Rey.

Para contar con posibilidades a esta opción se consideraban una serie de requisitos cuales eran los de tener esposa (que cumpliría el papel de Reina), disponer de una buena casa y no tener muchos hijos. Todo ello porque en aquella morada se desarrollarían los servicios del reinado y se organizarían los sucesivos bailes de estas jornadas entre las mozas y los mozos del pueblo. El cometido del Rey era el de presidir junto a la Reina todos los actos del reinado, al tiempo que ejercer otras funciones a las que haremos referencia.

De este modo, y antes de que concluyera el acto litúrgico, los mozos salían al exterior de la iglesia a esperar a su víctima, colocándose en dos filas paralelas y conformando un estrecho pasillo. En cuanto ésta asomaba, la agarraban de los pies y elevándola a hombros o lanzándola al aire la aclamaban con gritos de ¡Viva el Rey!. Acto seguido y acompañándose de los gaiteros se desplazaban con él hasta su casa para tomar posesión de la misma.

Parece ser que era el día después, ya en la casa del Rey, cuando se resolvían otros aspectos de especial trascendencia. En primer lugar se procedía al recuento de los mozos y aquellos que deseaban alistarse en el reinado desfilaban ante la bandera de España, besándola en alguno de sus extremos, a modo de acatamiento o promesa de las normas establecidas. Tras de ello se continuaba la reunión con el nombramiento de cargos entre el conjunto de mozos.

Había que seleccionar los siguientes:

Alcalde de Mozos, Teniente de Alcalde, Alguaciles, Abanderado, Botero, Límosneros, Leñadores, Barrenderos, Palesmeros y Contador, ya que todos ellos habrían de cumplir una función específica en el desarrollo del ritual.

            Así el nombramiento de Alcalde de Mozos se otorgaba al más viejo de todos ellos y era quien ostentaba el mando. Por su parte el Teniente de Alcalde actuaba como ayudante del anterior, a cuyas órdenes estaban los Alguaciles que hacían de todo. El Abanderado era el portador de la bandera en los actos y momentos en que ésta se utilizaba. El Botero cumplía el cometido de llevar la bota de vino. Los Limosneros, en número de tres, se encargaban directamente de pedir a la puerta de las casas. A los Barrenderos les correspondían labores de limpieza, mientras que los Leñadores fiscalizaban el cumplimiento por cada mozo de la obligación de entregar una carga de leña en la casa del Rey en justa correspondencia para aminorar los gastos del reinado.  No olvidemos al Contador o tesorero ni a los llamativos Palesmeros, responsabilizados de ejecutar las sentencias emanadas del tribunal moceril.

Resuelto este trámite, los mozos del reinado, perfectamente alineados conforme a edad y representación, desfilaban tras de la bandera para asistir a la misa de mañana pasando a instalarse en el coro de la iglesia. En el momento del ofertorio accedían, junto con el Ayuntamiento, a depositar sus donativos hasta el presbiterio. Finalizado el culto religioso, los mozos volvían a la carga animados por las gaitas y el tamboril para visitar tanto al cura como a los funcionarios locales, llevando por vanguardia a los limosneros o pedigueños que hacían notar su presencia entrechocando unas terrañuelas o especies de castañuelas.

En el día de Año Nuevo, el Alcalde de los Mozos tenía que elaborar una torta especial, que luego se colgaba de la bandera, así como ofrecer un gallo al cura. Algo similar ocurría en el día de Reyes, sólo que en tal caso le tocaba el turno al Rey de hacer la torta y al Alcalde ofrecer el gallo al cura.

Tal y como hemos advertido en la casa del Rey durante estos días festivos no dejaba de celebrarse el baile público, que se prolongaba hasta el anochecer, amenizado por los dulzaineros de la comarca y en el que participaban como actores y espectadores la mayor parte del vecindario. Es de suponer que entre la música tradicional al uso no dejara de tocarse una tonada que se bailaba en grupo y se tarareaba a coro con la siguiente letra:

Este es el baile de la carrasquílla,

que es un baile muy disimulado,

pues hincando la rodilla en tierra

todo el mundo se queda parado.

 

Levanta, levanta, levanta Martín,

que este baile no se baila así.

Que se baila de espalda, de espalda.

Carrasquilla levanta esa falda.

Menea esa falda, menea esos brazos

y a la media vuelta se dan dos abrazos.

 

Que en mi tierra no se estila eso,

que se estila darnos un gran beso.

Que en mi tierra se vuelve a estilar

un abrazo y un besito dar.

 

Durante el transcurso del baile, los mozos llevaban la iniciativa sacando a bailar a las mozas. En el caso de que alguna de ellas rechazara a su pretendiente y éste se pusiera pesado el resto de los mozos le obligaba a abandonar el portal de la casa donde tenía lugar la fiesta.

Y en el juego de pelota

cuantos tantos he perdido.

Y en el juego de pelota,

por mirar a tu balcón

y ahora me caso con otra. (bis)

Cuantos tantos he perdido.

 

Si te portas bien

te hemos de comprar

dos varas de tela

para un delantal. (bis)

Gracias a Dios que llegamos

a la calle los balcones,

donde están las buenas chicas,

que roban los corazones. (bis)

Gracias a Dios que llegamos.

 

Ni que decir tiene que, durante estas jornadas de Nochebuena, Navidad, Año Nuevo y Reyes, el mocerío no cesaba de recorrer las calles de la localidad para efectuar a la hora de costumbre las habituales dianas, pasacalles y rondas, solicitando al mismo tiempo las cuestaciones al vecindario que les correspondía amablemente con donaciones tanto en metálico como en especie, a modo de contraprestaci6n por las actuaciones con que le gratifican a lo largo del año.

Todo lo recaudado contribuía a cubrir los gastos ocasionados a la vez que para celebrar una cena de confraternidad por todo lo alto, en la que no faltarían los mejores manjares de la tierra regados sobradamente con reiterados tragos de vino. Dicho ágape suponía el colofón para el ajetreo del rinado y quedaba fijado en el domingo siguiente después de Reyes por lo que se denominaba Domingo de Cuentas y de Merienda.

Penalizaciones

Falta por aclarar algo más. Y es que el ritual del reinado se desarrollaba a tenor de unas normas muy rígidas de obligado cumplimiento, pues venían de muy atrás, lo que, sin duda alguna, lo corrobora como un ejemplo típico de fiesta ritualizada, estrechamente vinculada con la noción de autoridad y orden.

De esta forma se tipificaban como infracciones o faltas al reinado actuaciones tales como fomentar el jaleo, el blasfemar, el no ir a ofrecer en la misa, no acudir a las dianas, pasacalles y rondas, en cuyo discurso se pasaba lista por tres veces, faltar a alguna chica mientras el baile o el no atender debidamente los cargos confiados de barrendero, botero, leñador.., etc. Quienes obraban de este modo, saliéndose de la regla, se veían sometidos a un proceso judicial sumarísimo.

La vista se operaba en la casa del Rey, en presencia de los mozos del reinado y con arreglo a un ceremonial establecido. Cuando el tribunal de los mozos dictaba sentencia condenatoria se interrumpía el baile y se procedía a desalojar a cuantas personas no pertenecieran al reinado. Entonces, el Alcalde de los Mozos convocaba al infractor y los verdugos palesmeros, acatando sus órdenes, ante el conjunto de sus compañeros, ejecutaban la pena consistente en una serie de azotes en el trasero de por medio de la palesma. Este artilugio consistía en una especie de paleta de madera de unos cuatro centímetros de grosor.

Al comenzar la operación, los mozos recitaban la siguiente copla:

¡Viva el Rey!

¡Viva la Reina

 Éste es el cielo,

Éste es el suelo,

éste es el culo

de mi compañero.

            Inmediatamente, se efectuaba un turno de preguntas y respuestas análogo a éste:

- ¿Cuántas palesmas?

-         Alcalde: Diez y sin perdón.

- ¿Frías o calientes?

- Alcalde: Calientes.

- ¿Cantadas o rezadas?

- Reo: cantadas.

Se entendía por palesmas con perdón a la tunda que podía verse aumentada o rebajada por la decisión personal de los inquilinos de la casa, puesto que tanto el Rey como la Reina e inclusive sus hijos podían levantar o alterar la condena. El que las palesmas fueran frías o calientes se relacionaba con la menor o mayor dureza de las mismas. Por su parte las rezadas se acompañaban de un padrenuestro y un avemaría, mientras que las cantadas se hacían, según los usos, entonando este texto:

Las vacas de doña Juana

todas pacen en un rincón

y el vaquero que las guarda

está jugando al moíán.

 

Pagará Pedro Vicente

por ser un desobediente,

entre el culo y los calzones

delante de estos señores.

A medida que se ejecutaban los palesmazos se iban contando, mientras que los mozos repetían la cifra en voz alta. La imposición del castigo se daba por concluida con el recitado a coro de la siguiente letrilla:

Éste es el cielo,

éste es el suelo.

El culo de mi compañero

se lo llevó el diablo.

Dicho todo lo cual, nos cabe subrayar a este respecto que la participación en el reinado era facultativa de los mozos del pueblo y que, por consiguiente, se trataba de un acatamiento voluntario a un orden establecido que incluía tanto a autoridades reales (cura, Ayuntamiento) como ficticias (Rey y Reina), a la vez que se fundamentaba en una división estricta de las tareas y en la más absoluta jerarquía, sancionado por el castigo físico y la represión.

Hace unos treinta años aproximadamente que el reinado no se celebra. "Cuando llegó la emigración, en los años sesenta, quedó poca gente y la cosa empezó a fracasar... ".

Actualmente en nuestra provincia de Soria no parece observarse en ninguna de sus fiestas un ritual que se le parezca, a no ser el que protagonizan los mozos de Duruelo de la Sierra, con sus mayorales y motriles, durante las fiestas de honor a su patrona Santa Marina. Y es que el orden social y político en los diferentes festejos es más real que simbólico, como se desprende de la habitual presencia y actualización oficial de las autoridades civiles, militares y eclesiásticas durante su desarrollo.

Soy consciente, al cerrar este trabajo, de que el resultado de mis pesquisas, en el intento de rescatar del olvido esta costumbre tradicional del Reinado de los Mozos en Santa María de las Hoyas, ofrecerá al avispado lector alguna que otra imprecisión o laguna sobre el pormenor del evento. No obstante dichas carencias, tengo para mí la gran satisfacción de haber andado, pese a las dificultades, una buena porte del camino. De este modo dejo en pie mi testigo para quien quiera recogerlo a fin de rememorarlo por completo, para que una vez recompuesto llegue a ser aprendido por los más jóvenes e incluso escenificado de nuevo en su tiempo de Navidad. Puede que este deseo tan sólo quede en un bonito sueño. Quién sabe.

José María Martínez Laseca

REVISTA DE SORIA, Nº 10, Otoño 1995, páginas 17,28, 29, 30. 31 y 32

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