Historia del noviazgo de Pausilipo Oteo Gómez y María de los Dolores Muñoz Oteo
(Contada por Pausi) Foto de ambos en 1.979
Corría el año 1.949, es el 8 de septiembre, fiesta de Muñecas. A las cinco de la tarde, las mozas juegan al "corro" en la plaza, en espera de que empiecen a tocar los gaiteros. Me hallo en el umbral de la puerta de mi tío Fermín, que da frente a la plaza donde hoy está la fuente; a mi lado, mi primo Eufemio, (alias Moreno). Estábamos comentando los movimientos de las mozas, cuando mis ojos ven una que me parece la más guapa y mejor plantada de las allí presentes. A bocajarro le pregunto: _ ¿Sabes de dónde es esa chica con el vestido de puntas? _ Es de tu pueblo. _ ¿De mi pueblo y yo no la conozco?. ¿De quién es? _ Del tío Heraclio. _ Con ésa me casaré. Díjelo de la forma más natural del mundo, totalmente convencido, como si una fuerza ajena a mi voluntad me hubiera obligado a pronunciar aquellas pocas palabras; sin darme tiempo a reflexionar los inconvenientes que podrían presentarse en el futuro. No sé qué pensaría mi primo de mi dicho, seguramente lo escuchó como el que oye llover. A la taberna nos fuimos, unímonos a los mozos, bebimos unos vasos de vino y seguidamente como se oían los gaiteros, nos llegamos a la plaza. Los protagonistas de hacer aquella música de aquella época: dos gaiteros y un tamborilero. Uno de los que tocaban la gaita se llamaba Hilario; cuentan que pasó por allí el tío Antoniote, (un tratante de ganado) y le pregunto: _¿Qué tocas ahí, Hilario, que tocas¡ _ "Yo te daré". _ ¡Qué vas a dar tú, qué vas a dar tú, si tuvieras "pa" ti, siquiera! El Hilario tenía razón, porque en aquella época se estilaba mucho la canción que decía: "Yo te daré, te daré niña hermosa, te daré una cosa, una cosa que yo sólo sé" Volviendo a lo nuestro: no quedamos mirando un rato, viendo el panorama. había muchas mozas que bailaban unas con otras, era la costumbre cuando no las sacaban los mozos a danzar. Yo no olvidé lo que había dicho a mi primo. Mis ojos otearon todo el contorno hasta encontrar la moza que a mí me pareció (como he dicho anteriormente), la más guapa y mejor plantada de todas las allí presentes. La constancia y la paciencia conducen al éxito. No me importó que en aquel momento bailara con otro, ya me llegaría a mí la ocasión de estar con ella. Estaba dispuesto a avasallarlo todo; pero a su debido tiempo. En cuanto que tuve ocasión, me acerqué a ella, pedila un baile que aceptó; pareciome que de buena gana. En estos pueblos, por aquel entonces, no hacía falta ser buen bailarín, ya que el suelo estaba lleno de pedruscos incrustados en la tierra apisonada; lo más importante era que no se pisara a la pareja. Por aquellas fechas yo estaba fuera del pueblo; y díjela que se había hecho mujer en poco tiempo y que casi no la conocía a pesar de ser casi vecinos. _ Pues yo a ti sí que te conozco_ dijo ella, cosa que me alegró mucho. No quise alargarme en la conversación, no fuera pesado o espantara la caza, así que charlando de cosas sin importancia, se terminó el baile. Teníame que andar con tiento, ya que hacía más de un año que yo hablaba con una chica del mismo pueblo en que estábamos, o sea Muñecas que por cierto se llamaba Nieves, y era hija del tío "Chavito". Al ser mi madre de Muñecas y tener tanta familia allí, todo el pueblo me conocía como uno más. En la casa de Nieves había estado yo algunas veces, incluso merendando; por esta razón teníame que andar con pies de plomo, ya que si las dos hermanas de Nieves hubieran sabido mis intenciones, estoy seguro me hubieran apaleado porque eran "de armas tomar"; por lo tanto, tenía que estar ojo avizor: llevar las cosas con mucha sabiduría y que el tiempo se encargara de deshacer y hacer lo que yo tenía en mente. En éstas se pasó la fiesta de Muñecas y el 14 del mismo mes llega la de Santa María de las Hoyas, que es el pueblo donde vine al mundo. Rondando a mi Dulcinea había muchos mozos, todos de su edad poco más o menos, pero entre ellos, noté que había uno que como se suele decir, no la dejaba ni a sol ni a sombra. Con 28 años que yo portaba en aquella época, podía haber encontrado alguna que me hubiera ilusionado, no sé el porqué,, pero en poco tiempo todo se apagaba y muchas veces sin motivo justificado. De todos los lances que tuve en aquellos tiempos, sólo uno viene a mi memoria al recordar aquellas aventuras. Estando en la mili, empecé a escribirme con una chica donde yo tenía un familiar, con las visitas en mis permisos, llegamos a tener buena amistad; de la amistad al noviazgo no hay más que un paso y llegados a este punto, el besuqueo no hay quien lo evite. Un año o más en las mismas condiciones, en su casa hasta las tantas sin acordarnos de la hora que era, parecía uno más de la familia. Así se pasaban los días, todo iva perfectamente, pero llegó un momento que no sabría decir porqué, que las cartas las escribía sin ilusión y más es, que no había causa justificada. La cosa no podía seguir por más tiempo y llegó un momento en que nuestro idilio se terminó. He de decir para mi descargo que la respeté en todo momento; sin pasarme de lo establecido en aquella época. para esto siempre fui muy prudente, sobre todo para aquellas que merecían mi estimación por su comportamiento. Como decía anteriormente, llegó la fiesta de Santa María de las Hoyas, (Soria) y en esta medias, me había visto alguna vez con la moza de mis pensamientos, siempre que podía me esquivaba o me dejaba plantado con la palabra en la boca. En los días de la fiesta, era muy difícil enlazar dos bailes con ella porque una vez terminado, se juntaban las mozas a jugar "al corro" y cuando los gaiteros empezaban de nuevo, tenías que andar muy listo para conseguirla, ya que tenía opositores para el baile tantos como quería. En uno de estos descansos que pude retenerla, muy serio y con todas de la ley, la presenté mi programa; al principio la dio risa, diciendo que era yo..., etc. etc. Aguanté el chaparrón pero me quedé tranquilo porque de momento había puesto los cimientos de lo que sería nuestra vida en el futuro. Como éramos del mismo barrio, teníamos ocasión de vernos alguna vez durante el día pero ella me evitaba siempre que podía, sobre todo porque la gente "no hablara"... El pensamiento prioritario de aquellos días que me hallé de permiso en el pueblo, estaba dirigido: a ver o a estar con Dolores, cuando me la encontraba, la veía contenta, alegre, pero sin soltar prenda y con ganas de escapar, parecíame que pensaba en las habladurías de la gente, no fuera que yo en cualquier momento la dejara plantada. Yo no veía difícil la posible relación con ella, y pensaba que todo sería cuestión de insistir. Creo que el temor de ella se fundaba en la fama de noviero que yo tenía, no fuera para mí una de tantas. Sin darme una afirmación definitiva, el tiempo se pasaba y yo hube de reincorporarme a mi trabajo sin darme el sí por el que yo tanto luchaba. Una vez en La Junquera, (Gerona) donde yo en aquella época prestaba mis servicios, le enviaba una carta hoy y una revista mañana... Me contestó a los pocos días, cosa que me alegró mucho. Estaba dispuesto a encargar a una persona del pueblo, (con el pago correspondiente), a meter por la gatera de su casa todos los días: una postal, una revista, una carta, etc., etc. No fue necesario emplear este sistema ya que el cambio de correspondencia se reguló normalmente y cada día que pasaba la veía en sus cartas que se iba acercando a mis deseos, sin dejar de poner de vez en cuando alguna pregunta siempre dirigida a su desconfianza, por el miedo que tenía "al qué dirán", comidilla corriente en aquellos pueblos y en aquella época. Los días se iban pasando (como todo se pasa en la vida) y llegó la Navidad. Tengo 15 días de permiso. Me voy al pueblo. Llego, saludo a mi familia, salgo a dar una vuelta con la ilusión y esperanza de ver a la que llevaba en el pensamiento. Pongo los pies en la carretera, (o sea, en la calle principal y sale ella por la calleja que da a su casa. ¿Me esperaba? ¿Casualidad? Como disculpándose, dijo que iba a la tienda a comprar no sé qué. Saludámonos dándonos la mano. La vi alegre, contenta, feliz. Yo por mi parte no hallo palabras para describir lo que sentí en aquel momento. Hablamos poco, ambos nos quedamos como mudos. Pasados diez minutos dijo que tenía prisa y se marcho dejándome plantado en la calle principal. Durante los días venideros, nos veíamos y hablábamos así como robando el tiempo. Entre todos los opositores que tenía Dolores, había uno incansable; se le encontraba por todos los sitios; y yo lo veía hasta lógico que fueran detrás de ella, teniendo en cuenta lo que decía el Maestro a los chicos de la escuela: que la moza más guapa del pueblo era la Dolores. Poco me importaban a mí sus pretendientes, yo por aquellas fechas y en aquellos pagos, con 28 años, 1,72 de estatura y el oficio que tenía, unido a la experiencia en dichas lides, no había quien me hiciera sombra. Y esto lo digo yo, porque no tengo abuela. En esto llegó el domingo anterior a la Pascua. Serían las siete de la tarde, cuando estando en mi casa, oigo así como voces. Salgo a la puerta y veo en la calleja de la tía Martina chicos y chicas como de una edad de 18 a 20 años y entre ellos se hallaba mi Dulcinea. Sin pensarlo dos veces me pongo en camino hacia donde está el grupo, según lo que llega a mis oídos, querían hacer chocolate, pero no no sabían dónde. Al decir que yo también quería entrar en la reunión, algunos no les gustó mucho, alegando mil excusas y yo como me empecaté en que tenía que ir también, como no llegamos a un acuerdo, aquello se disolvió marchando cada uno por donde mejor le pareció. Dolores se metió en casa de una vecina que se llamaba "Rufa" y más tarde me enteré que también estaban sus padres. ir a la casa que estaba ella, así, como de sopetón, me parecía muy violento y mucho más, sabiendo que estaban sus padres. Fuime hacia la taberna, pensando cómo y de qué forma se llegaría hasta donde ella se hallaba. Por mi mente pasó una idea que en un principio me parecía descabellada; luego fue cogiendo cuerpo y sin pensarlo más, lo llevé a la práctica. La mentada "Rufa" tenía dos hijos mozos, busqué al más manejable, le invité a unos vasos y seguidamente le pregunté si en su casa tenían romana. Díjome que sí. Yo, sin dejarla caer, le puse la excusa de que al día siguiente tenía que pesar un saco de trigo para llevarlo al molino. Con otro vasito se puso más contento; momento que aproveché para decirle que fuéramos los dos a su casa y así me la daría mejor su madre. Viéndole en disposición, no quise perder más tiempo y en la puerta nos presentamos. Llamó: _¡Madre! , ¡Madre! Antes de abrirnos, hubo de quitar la tranca, que normalmente es una madera atravesada, (En buen tiempo o mientras es de día, suelen tenerse las puertas abiertas la mitad de arriba, y cualquiera puede entrar en las casas de los vecinos pero siendo noche cerrada, e invierno, hay que llamar para que abran desde dentro). _¡Qué quieres, hijo_ Este díjola que el Pausi venía por la romana, para pesar un saco de trigo. Ella, muy servicial, dijo que estaba colgada al entrar en la cuadra, que la cogiera yo mimo. En vez de ir donde ella me mandaba, me fui derecho a la cocina y allí me quedé como no más. No sé qué pensarían los presentes, pero en ciertos momentos no hay más remedio que echarle valor al asunto. Esta señora, cuando ya nos íbamos a casar, decía sin ningún recato: _ ¡ Mira, mira lo que trajo "lo de la romana" ! La Nochebuena: cena extraordinaria, eran tiempos de penuria; la gente todavía no se había desparramado por el Norte o Cataluña; pero aún así y todo el mundo, en la mayor parte de las casas no faltaba "el besugo zapatero". Una vez terminada la cena y hasta la hora de la Misa del Gallo, se cantaban villancicos en las casas, en la calle los pastores hacían sonar sus cencerros. Una vez en la Iglesia, en un momento determinado de la Misa, todos los pastores, que por entonces había muchos, con movimientos rítmicos, ora para adelante, ora para atrás, ponían en movimientos sus esquilas, que así se llamaban los cencerros grandes, originando un ruido tan ensordecedor, que la iglesia parecía un campo de batalla. (En cierta ocasión, unos años antes, un mozo, alias "Conejo", chifló, (silbó) desde el coro como cuando se recogen las ovejas; la misa siguió su curso, pero una vez terminada, el Sr. Cura subió al púlpito y dijo con voz clara y sonante: _"¡Me basto y me sobro, que mientras esté yo en este pueblo, no habrá mas Misa del Gallo!") Una vez terminados los oficios, nos recogimos cada uno en nuestra casa, en la calle había dos cuartas de nieve y los pies con el calzado que se usaba por aquella época, ya se puede imaginar cómo estarían. Al otro día, es la Pascua, las campanas al vuelo, todos a la Iglesia, misa cantada, en el coro no cesan los cuchicheos entre los mozos. Sé de lo que se trata, pero no pregunto ni me meto en nada. Antes de terminar la misa, bajan dos mozos del coro y se plantan fuera de la puerta de la iglesia, uno a cada lado. Empiezan a salir los feligreses; cuando pone los pies en la calle un vecino seleccionado entre todos los mozos, los citados dos, lo levantan en vilo, al mismo tiempo que gritan con todas sus fuerzas:
_ ¡VIVA EL REY! ¡VIVA EL REY! VIVA EL REY! El templo retumba con los tres vivas correspondientes de todos los mozos que se hallan en el cor y desde este momento, al citado vecino, se le lleva a su casa con todos los miramientos y cuidados que se merece tan alta dignidad; igualmente a su mujer, que pasa a ser la reina. Era prioridad principal al votar o elegir el rey que en la casa de dicho vecino hubiera sitio suficiente en el portal o sala, para poder bailar. Llegados a este punto, detallaré lo más acertado posible esta tradición que se llama "EL REINADO" y se remonta a tiempos de la Edad Media o anteriores. Hácese sólo en Navidades y su objetivo principal, es tener recogidos a los mozos bajo uns estatutos parecidos a los de la milicia. Volvamos a la casa de su majestad el rey. Estamos unos 35 mozos, hay que nombrar los cargos: alcalde, palesmeros, aguadores, vigilantes de la luz, etc, etc. Al que escribe esto, como más viejo de todos, me asignaron para alcalde; yo les propuse darles 500 pesetas, (que en aquella época era mas de lo que ganaba un obrero en un mes, con tal de que me dejaran entrar y salir en el baile cuándo y cómo se me antojara. Reusaron mi oferta unos cuantos mozos de edad de 20 a 25 años; éstos trataban de hacerme la vida imposible, (a mi parecer, para conseguir mis fines), atándome corto con el cargo que me daban, ya que una vez terminado el baile, no se podía abandonar el local, se pasaba lista por números, cada uno teníamos el nuestro, si alguno había cometido alguna falta durante el día, se le daban las palesmas correspondientes: se ponía al culpable de rodillas en una banqueta, el palesmero decía en alta voz al mismo tiempo que movía la palesma, (una madera que tenía forma y tamaño de raqueta): _"¡Este es el cielo, este es el suelo, este es el trasero de mi compañero. ¿Cuántas palesmas Sr. alcalde?" _ "¡Ocho!" La cantidad se ajustaba según la falta cometida. También las había calientes y frías. El reo si no estaba conforme, podía apelar al rey y por último a la reina. Dispuestas así las cosas, se cantaba con la tonadilla correspondiente: _"Las vacas de doña Juana todas pacen en un rincón y el vaquero que las guarda esta jugando al mojón; pagará Pedro Vicente por ser un desobediente entre el culo y los calzones delante de estos señores". Después del acto de las palesmas, se concretaba cuándo se iba a ir por leña, ya que todo vasallo tenía el compromiso de traer una carga al rey, partirla y meterla en su casa. LLegados a ruegos y preguntas si no había alguna anomalía, sin más trámites se disolvía la reunión, que serían sobre las tres de la madrugada. Las mozas se habían marchado a sus casa anteriormente. Todos los días de guardar el baile, se hacía después de cenar, empezando a las 11 de la noche y terminando a la hora antes señalada. Durante los días de "cutiano" (diario), todo seguía normal, aunque con aquellas nevadas tan persistentes, que un año duró hasta 40 días, sólo era posible dedicarse al cuidado de los animales, ya que cada vecino tenía vacas, ovejas, cabras, etc... que permanecían por las inclemencias del tiempo en sus establos. Por aquellos días, mi padre me dijo que porqué me metía en aquellas danzas, de los mozos, cuando le comuniqué la causa, se alegró, al mismo tiempo que me animaba a seguir adelante. (Dolores le parecía muy adecuada para mí). Con nieve o sin nieve, mi objetivo principal en aquellas fechas, se centrabas en ver y estar con la moza que noche y día robaba mis pensamientos. Nuestros encuentros eran más continuos y cada día se afianzaban más mis deseos. Dábamos algún paseo sin salir de la calle principal, (la carretera), y siempre con la luz del sol. A su casa, ¡ni pensarlo! En estas estábamos cuando llegó el domingo posterior a las Pascuas. En el baile de la tarde, pasamos mucho tiempo como buenos amigos, siempre que podía retenerla después de cada pieza. Llegó la hora de cenar. Se termina el baile. Las mozas salen solas del local, marchándose cada una a su casa. Los vasallos hacen el recuento. Ella y yo habíamos quedado que para el baile de después de cenar, yo la esperaría en la carretera, frente a la casa del baile, ( un lugar a poco más de 100 metros de su casa). Nevaba, a más no poder, y el cierzo soplaba. Yo aguantando el frío al abrigo de una pared. No sé que pasaría por mi imaginación, cuando veo que viene con otro ( que no dejaba de "tirarla los tejos"), y en compañía de otra pareja. No despegué los labios, y entré en el baile detrás de ellos. Una vez dentro del salón, aquel mozo la enganchó a bailar tranquilamente; no me importaba, por mi cabeza pasó que no tardando mucho, tenía que quitarse el abrigo, por lo tanto me coloqué al lado de las perchas, dispuesto a echarla la zarpa en cuanto se pusiera a mi alcance. Había algún mozo que me aconsejaba que bailara con una chica muy maja que había venido de La Rioja, yo en mis trece: a lo que estaba. Sin tardar mucho, se presentó la ocasión; no me anduve con rodeos, fui directamente al grano. la recordé que la esperaba en la calle como habíamos quedado. No tuvo tiempo de justificaciones y seguidamente nos lanzamos a bailar; al otro, no le sentó nada bien el que se quedara conmigo. Nos enzarzamos en palabras, de tal cariz que más tarde llegamos a puñetazo limpio. Nos apartaron, se terminó la lucha. Yo me quedé con ella hasta finalizado el baile. Bien pronto se enteraron sus padres de que se habían peleado dos mozos por su chica. Llegó la hora, dejaron de tocar los gaiteros; las mozas se marcharon; los vasallos a recuento, por si faltaba alguno. Todo hubiera ido perfectamente si los ánimos no hubieran estado caldeados por el incidente de los puñetazos. Había más de uno que a toda costa querían que se arrodillara en la banqueta para darme palesmas; pero al tener yo el cargo de alcalde, intervino el rey y más tarde la reina y con algunos dimes y diretes, aquello se terminó bien para mí; aunque bien sabía yo que más de uno se quedó resabiado. El tiempo pasaba y entre que si vas o que si vienes, llegamos al Año-Nuevo; (en aquella época, en los pueblos, no se celebraba la Nochevieja) por la mañana, con las primeras luces del alba, se iba a cantar por las casas, (no quiero distraer la atención de la narración incluyendo aquí sus canciones, porque sería desviarme del principal tema que estoy tratando). En esa misma mañana todos los vasallos de "EL REINADO" vamos a la casa del rey y seguidamente, al son de la gaita, con el tamboril, acompañados de la bandera naciona, a misa con el recogimiento que el caso requería. En un momento determinado de la ceremonia, con orden y en fila de a uno, fuimos todos los de "El Reinado" hasta el altar mayor a "ofrecer" dándonos el Sr. cura a besar un crucifijo, (no había entonces imágenes del Niño-Jesús) y al último le hecha la bendición, volviendo a colocarnos cada uno en el lugar que anteriormente teníamos en el coro. Terminados los oficios, con el mismo orden, la misma bandera y los gaiteros tocando lo que sabían, regresamos a la casa del rey... Era costumbre en este día y el de Reyes, ir a pedir por las casas, con el fin de hacer una merienda una vez terminadas las Navidades; por tal motivo, salimos a recorrer las calles que por desgracia donde no había nieve, había barrizales. Todos los vecinos daban algo: éste 20 céntimos, aquel una morcilla, el otro un chorizo, el de más allá. Un huevo... de esta forma, en dos días, poco a poco se iba llenando la cesta; lo que daban en metálico lo guardaba yo por ser el alcalde de el reinado. Por la tarde y noche, en el baile no hubo novedad digna de ser anotada en esta historia. Mucho tiempo pasé con mi Dulcinea, pero menos de lo que yo hubiera deseado. Su desconfianza, fingida o verdadera, era proverbial, ya que a veces se marchaba a jugar al “corro” con las amigas, dejándome como se suele decir, con la palabra en la boca, aunque después, cuando empezaban a tocar los gaiteros, nos juntábamos de nuevo. En el tiempo de mi permiso, que no fue mucho, tiempo hubo por parte de ambos para hablar de muchas cosas, ella sabía, dicho por mí, que el día 2 se me terminaban las vacaciones, quedamos en vernos en la despedida, cosa que cumplió a las mil maravillas; le volví a repetir que la dejaba total libertad, con el ramal suelto, pero guardando el equilibrio. Después de despedirme de la familia y sin más que anotar, a la una de la tarde del día 2 de Enero de 1.950, en la estación de San Leonardo subí al tren para reincorporarme al servicio en La Junquera, provincia de Gerona. Mas, cuál no sería mi sorpresa que una vez en el vagón, me encuentro con uno del pueblo que tenía que incorporarse a la mili en Zaragoza. Este mozo, era uno de los de la competencia, se entiende: que “pretendía” o “tiraba los tejos” a la moza de mis pensamientos. No hablamos del poco dinero en metálico que había se recogido al pedir por las casas, ya que no quise entregarlo ni ellos me lo pidieron; supongo que pensaron que estaría con ellos todas las Navidades. En nuestra conversación, entre muchas cosas, salió a relucir lo de “los puñetazos”, que ya he comentado anteriormente. Bien sabía yo que se moría por preguntarme con qué intenciones iba yo con la chica en cuestión; me hice “el longuis”, saliéndome “por los cerros de Úbeda” y entre otras cosa le dije que tanto ella como yo, no teníamos en común nada más que la buena amistad como vecinos que éramos. Observé que se respingaba y cogía aliento una vez oídas mis últimas palabras. (Más tarde, al escribirme Dolores, supe que la había mandado una carta pretendiéndola con todas las de la ley; pero con poco acierto, ya que pensando que la tenía al alcance de la mano, no dejaba de decir algún que otro disparate).No sentí celos en ningún momento, ya que sabía y es mucho decir, que por aquel entonces no me hacía sombra ninguno de mis contrincantes. Llegado que hube a mi destino, me faltó tiempo para escribir una postal a la que todos sabemos, pocas palabras, localizadas todas ellas hacia el recuerdo de los días pasados. Al día siguiente, una vez reposado y organizado sobre mis ideas, paso a redactar una carta llena de buenos propósitos y tierna como el canto de un pajarillo. Sin atosigarla, le recomendaba que me contestara lo antes posible. Es curioso que en tanto tiempo juntos en las pasadas Navidades, no pude sacarla el SÍ de palabra, sin embargo, sus ojos lo decían todo; no podíamos negar que tanto el uno como el otro, estábamos abocados a una atracción recíproca. A los pocos días, (que a mí me parecieron muchos), recibí una contestación sencilla, halagando y recordando el tiempo que juntos habíamos pasado. Las fiestas de Navidad; terminando que... tal vez...., a lo mejor..., pero sin soltar prenda y despidiéndose como amigos. Lo que yo esperaba, se cumplió; con eso tenía bastante. El tiempo se encargaría de lo demás.
Seguidamente
y sin pensarlo mucho, me dediqué a componer una poesía para mandársela,
ya que entonces como ahora, creía que era la forma más convincente de
expresar el cariño y el amor a la persona amada. Decía así: Dedicado a Dolores Muñoz con todo cariño.-
Una vez que hubo recibido los versos que anteceden, su correspondencia se hizo más suave, así como si quisiera “entrar por el aro”, y en el encabezamiento de las cartas, empezó a poner “Recordado amigo:”. Los meses se pasaban, y en estas estábamos cuando falleció mi padre, (Q.E.P.D.) y por tal motivo, de prisa y corriendo, me trasladé al pueblo. Me esperaba un primo de la parte de “Los Chalecos” con su coche en la estación de San Leonardo. Seguidamente a casa, ya estaban allí todos los tíos y muchos primos. Por la tarde de aquel mismo día, el entierro. Al día siguiente, estando con los tíos viendo el huerto del “Arrencillo”, pasó la Dolores a unos 50 metros de nosotros con una oveja que llevaba al prado del Charcazo y yo, señalando hacia ella, dirigiéndome a todos, les dije: “Ven esa chica que va por allí, esa será mi mujer”. Como no tenían noticia del caso que nos ocupa, no se cómo lo tomarían; tampoco se hizo ningún comentario. Aquella misma tarde como de refilón, la pude ver y estar con ella un rato, entre unas cosas y otras, nos quedamos como mudos, teniendo tantas cosas que decirnos. Quedamos en vernos al día siguiente. No faltó a la cita, la encontré bastante más dispuesta que las pasadas navidades; hablamos de nuestras cosas, de todo un poco. De tentarla, ni siquiera las manos; de darla un beso, no había ni que pensarlo; eso estaba totalmente vedado, por lo menos por aquellas fechas. Yo sabía que algún mozo no dejaba de asediarla; nunca la censuré y mucho menos sacarla del miente. Sabía yo sus pensamientos, mejor que ella misma. Así se pasaron aquellos días que fueron bien pocos, en la despedida. La mano y poco rato. La gente nos veía y como ella decía: “¡Se han visto tantas cosas!”
Una vez en mi destino, seguimos
escribiéndonos con regularidad. Las cartas llevaban el mismo
encabezamiento. La propuse que nos tratáramos como novios; no dijo nada;
ella seguía “en sus trece”. Cambió de parecer poco antes de ir yo de
vacaciones en el mes de Septiembre. Una vez en el pueblo, la noté que había perdido mucho del miedo de las habladurías de la gente; ya que a escondidas y de noche, se dejaba tocar las manos. Hay una calle que más parece calleja, entre la carretera y su casa que ni a propósito para el flirteo de novios. Mas había un inconveniente. Una bombilla con poca luz pero alumbraba lo suficiente para que en caso de hacer juegos de manos, o llegar en estas medias a darnos un beso, nos podían ver, tanto de un lado como de otro. A ella esto de que nos vieran, no la interesaba, por tal motivo, si yo, en un momento determinado me quería sobrepasar, siempre me ponía excusas, sobre todo pensando en la dichosa bombilla. No teníamos otro sitio; en su casa... ni pensarlo. Aquella luz, había noches que me quitaba el sueño y llegué a la conclusión que tenía que hacerla añicos de la forma que fuera. Al otro día, bien de mañana, en un arroyo que hay cerca del lugar, me proveí de unos cantos rodados que mi amigo “El Boni” los llamaba “gurrios”, pensaba y con acierto que solamente me harían falta dos, pero por si acaso fallaba, me hice con cuatro; un fuera que hubiera perdido aquel tino que tenía en mis tiempos de pastor, cuando iba con las ovejas de mi padre. Con ellos medio escondidos, los llevé al sitio “de marras”, dejándoles entre unas piedras, al alcance de la mano para cuando llegara la noche. Todo salió como estaba previsto. Después de un corto paseo, llegamos a nuestra calleja: Hablamos un rato de nuestras cosas. La propuse que me diera un beso. Ella: “Que nos pueden ver..., que la bombilla...” No la dejé terminar; sin darme tiempo a pensarlo, me hago con uno de mis “gurrios” y a sobaquillo limpio, lo lanzo hacia la que me quitaba el sueño. Tanta inquina la tenía que saltó en mil pedazos al primer intento. En principio, por el ruido tan escandaloso que hizo, instintivamente corrimos hacia la carretera pero al no oír voces o cosa semejante, volvimos a nuestro redil y como aquello estaba totalmente a oscuras, a mis intentos no puso traba alguna y a partir de entonces, “todo fue coser y cantar”. Llevábamos en el cielo unos 30 segundos, cuando oigo así como una voz a mis espaldas. Bajo a la tierra, echo una ojeada a mi alrededor y no veo persona o cosa semejante. Pregunté a mi confidente, díjome ella que nada había oído; viendo que la dichosa voz, no tenía el valor que yo la di en un principio, volvimos a lo nuestro, aunque yo en estas lides, nunca fui partidario de palabra más, palabra menos.
En eso de “coser y cantar”
como decíamos anteriormente, es un decir. Eran tiempos que había sus
formas y salirse de ellas era mal visto; ya que la gente estaba deseando
de ver o saber algo fuera de lo normal para alimentar el cuchicheo en
aquellos pueblos y en aquella época. El tiempo que todo o avasalla, corría. Los años se amontonaba; yo iba a cumplir 33, llevábamos más de tres años de relaciones, por lo tanto, habíamos de tomar una determinación. La de pasar por la vicaría lo antes posible pero faltaba lo más importante, a saber. El consentimiento del padre de la novia. Era costumbre en aquellos tiempos el pedir la mano de la novia a su padre, de parte del padre del novio. Yo recurría mi hermano mayor, llamado Francisco. Sin más preámbulos, preséntele la papeleta seguidamente. Él , de acuerdo y que si estaba todo arreglado. Díjele que sí. (sacado de los indicios de la novia). En éstas estábamos, cuando decidimos emprender la marcha para llevar a efecto nuestra misión. Era una tarde de diciembre parda y fría. En los tejados, la nieve hecha ventisca, revoloteaba al compás del viento para reunirse en alguna depresión; causa por la que nos obligaba a llevar ropa de abrigo. Como la casa se hallaba cerca, llegamos en “un periquete”. Llamamos; nos salió abrir la madre de la novia, llamada Blasa; nos recibió amablemente invitándonos a pasar a la cocina. Allí estaba el padre, llamado Heraclio. Le dimos las buenas tardes, él nos contestó al mismo tiempo que atizaba la lumbre. Nos invitó a que nos sentáramos; la posición de cada uno en aquellos momentos, era la siguiente: el padre a la izquierda de la lumbre, sentado en un banco; mi hermano y yo sentados en una banqueta frente al fuego, la novia y su madre de pie, a la derecha. Nos hallábamos en esta situación cuando el padre y mi hermano se enfrascaron en una conversación ajena al asunto previsto. Hablaban con toda tranquilidad sobre el campo, el tiempo, etc.. Aquella conversación no tenía trazas de terminar, en vista de lo cual, no me quedó otro remedio que darle a mi hermano un par de codazos para que declarara el asunto que allí nos había llevado. Él, comprendió al momento, cortó la conversación que llevaban entre ambos, levantóse y así como tosiendo un poco antes de empezar, dijo con voz bien clara: _”Heraclio, pido la mano de tu hija Dolores para mi hermano Pausilipo” ¡Qué le has dicho! Se levantó diciendo que no podía ser, que su hija era joven, que podía estar con ellos unos años más...
Y como aquello, en vez de
amainar, se arreciaba, sin decir una palabra, no fuera que lo enredáramos
más, nos marchamos a nuestra casa. En el camino, mi hermano sacó a
relucir que cómo aquello no estaba todo arreglado y no sé cuantas cosas
más. Le vaticiné que antes de 48 horas, estaría todo allanado y bien
allanado.
No puedo asegurarlo, pero no me
equivocaría mucho si afirmo que aquella noche no tomó bocado nadie
viviente en la casa de mi novia: el gato se pasaría toda la noche
maullando; el cochino hociquiando (hozando); el macho dando patadas a la
pesebrera; los pollos cantando, (que seguramente los tenían buenos
preparados para la boda). No me preocupé lo más mínimo. Permanecía en mi casa esperando acontecimientos. Antes de cumplirse el tiempo predicho a mi hermano, veo a través de los cristales del balcón venir al mismo mozo y confidente de la “la romana”. Llega a la puerta y llama por dos veces: _¡Pausi, Pausi! Asomo la cabeza y le digo: _¿Qué quieres? Él, sin dejarme terminar: _Ha dicho el tío Heraclio que vayas, que está todo arreglado. Cuando llegué, me recibieron con agrado y no se comentó nada de “la tormenta” de las dos noches anteriores. Continuará....
|
Ver "El reinado de mozos" Volver a Poesías de Pausi